martes, 13 de julio de 2010


La díscola esperpéntica

Era la noche señalada. Un disparó atronó en mis oídos y me invadió un olor a pelo chamuscado. Mi mano afectada por el Parkinson dejó caer el humeante revólver al escuchar una voz socarrona que decía:- “Estoy ocupada, iré mañana”, seguida de una risita ahogada.
Una ráfaga abrió la ventana, intruseándolo todo la luna trasnochada. Sentí el suave calor estival acariciando mi corazón adolorido. Mis piernas comenzaron a moverse. Abrí con movimientos convulsos el refrigerador y con ansias sorbí un trago largo de leche descremada: Me senté en el piso y luego resignada me puse a leer… “La muerte me ha despreciado” de Alejandro Vallejos Moure.